top of page

13 (Editorialismos)            Por Gerardo Lima Molina

 

Entro al edificio. Me pone nervioso estar aquí. Siempre me ha parecido un lugar tenebroso e inquietante. Algo tiene que no termina de gustarme. Tal vez sea su color, entre gris y azul metálico o sus barandales que buscan ser vanguardistas. Siento que el edificio es muy hipócrita y que, de alguna manera, tomó una personalidad distinta de la que el arquitecto quiso darle.

 

No importa, de todos modos debo entrar.

 

Catorceavo piso, el último. Es lo que me indica el guardia. Camino pensando en el lugar a donde me dirijo. Muy pocos edificios (¿o será que ninguno?) tienen un piso treceavo, dicen que es de mala suerte. Este, por ejemplo, salta de su penúltimo piso marcado con un 12, al último, que brilla con un radiante 14. Nunca he entendido ese tabú hacia el número cabalístico. El terror que provoca. A mí, en cambio, siempre me ha parecido especial: es primo y su suma hace cuatro (otro número cabalístico)… en fin, muchas cosas pasan con ese número, pero decido apartar esos pensamientos, no es un buen momento para regodearme con ellos. Aprieto el paso hasta el único elevador a la vista. Lo observo detenidamente. No tienen nada de especial, es un simple elevador. Aprieto el botón disponible, se enciende una flecha de color verde.

 

Espero.

 

El lobby del edificio es grande, como en casi todas partes. Tiene como propósito crear la sensación de pequeñez, lo sé. No debo amainarme. Estoy en el edificio que menos me gusta de la ciudad, pero estoy aquí por una buena razón. Me han citado para platicar sobre mi libro. Les ha interesado, tal vez lo publiquen.

 

El elevador suelta un pequeño sonido, como de animal muerto, y su característico “piiiin”. Se abren las puertas silenciosamente. Cruzo el umbral. Acaricio el preciado paquete que tengo bajo mi brazo derecho. 742 páginas mecanografiadas y listas para publicarse. 742 páginas, 7+4+2=13, mi número. Sonrío. Las puertas se cierran. El número rojo del indicador me señala que subo de la Planta Baja al Primer Piso. Cuento, para entretenerme, los botones. Voy al último piso, pero como se ha omitido uno, en realidad me dirijo al treceavo. Debe ser el destino. Un buen presagio: la editorial publicará mi manuscrito. Les gustará mi novela apocalíptica. La he escrito con mucho esmero. Muy pocos escritores mexicanos se han interesado en la temática apocalíptica, son contados, aunque la mayoría de ellos muy buenos. Sin embargo, yo no vengo a unirme a esa selecta horda, sino a romper el molde. Mi novela es diferente. Lo sé.

 

Sonrío. Confío.

 

Las puertas del elevador se abren. Me asomo a un pasillo oscuro, infinito. El número parpadeante del elevador indica TRECE, con letra, no con número. Me parece extraño, ¿dónde está el número doce o el catorce? ¿Es que me he equivocado? Pero antes de hacer cualquier cosa escucho una voz, es el editor. Me llama desde su lejana oficina, apenas puedo escuchar el repiqueteo de sus dedos contra el escritorio. Su sonrisa ilumina el pasillo. Camino guiándome por su faro dental. Trato de que mi paso sea firme, pero me descubro temblando. Mi manuscrito percibe el temor, también vibra. Pronto la distancia se reduce, tengo ya al editor muy cerca, cuando lo escucho decirme: Buenas noches Gerardo, gracias por venir a esta hora. Es algo repentino, lo sé, te ofrezco una disculpa. Por favor ponte cómodo, siéntate ahí, y… no me veas así, no te inquietes por los cuernos. No son nada, son sólo dos chichones que me hice accidentalmente mientras exploraba la Caverna de Belial, increíble lugar para un espeleólogo, ¿la conoces? Bueno, bueno, eso no es importante por ahora. Lo capital aquí es el contrato de tu novela, déjame decirte que me ha encantado: los personajes son sublimes, la trama es encantadora, tu estilo es impecable. Ya verás cómo se vende muy bien, de lo demás ya vete olvidando; mientras, necesito que firmes justo aquí, donde dice firma del autor. Serán seis mil ejemplares de la primera edición y seiscientos sesenta más por reposición. Tú sabes, para entregar a algún crítico quisquilloso, para ponerlo en alguna biblioteca, cosas así, muy sencillas. ¿Te parece bien? ¡Perfecto! Entonces, ahora sí, firma aquí. Pero hazlo con mi pluma, por favor… Sí, es tinta roja, no es un error. La mayoría usa tinta negra, pero creo que en los contratos que yo hago, digo, mi empresa, el rojo es un color mucho más apropiado… como que va más con mi personalidad.

© 2023 by Journalist. Proudly created with Wix.com

bottom of page