top of page

La cuñada        Por Erick Giovanni Xicohténcatl Cruz 

Estábamos desayunando tamales, como todos los domingos, cuando tocaron a la puerta. Me paré, abrí y él entró como un mozo provinciano: sin educación. A pesar de su falta, mi padre lo convidó a acompañarnos.

     -¿Qué pasa? le dijo mi padre sin desviar la mirada de su plato. Su boca daba vueltas masticando los últimos trozos de tamal que se mezclaban con el champurrado que tomaba.

     Paco cogió una silla y se sentó junto a nosotros.

     Mi mamá me hizo una seña desde la cocina para que pusiera otro plato y sus respectivos cubiertos. Le serví una taza de atole y Paco bebió como si nunca hubiera probado uno en su vida. Luego hizo algo que me provocó repugnancia: terminando su tamal, hasta esfuerzo hizo el marrano, eructó sonoramente, y el hediondo tufo me dio en la cara.

     -¡Necesito una lana! -dijo ya satisfecho. Luego añadió: -Hermano, mi señora está algo enferma y pues se tiene que operar…

     Mis padres se miraron por un instante, sin responder. ¿Qué dirían? A decir verdad, nuestra situación económica no era buena, o eso siempre andaban diciendo.

     Finalmente, papá preguntó:

     -¿Y que tiene?

     -Fuimos a ver al médico –Paco limpió su boca con la manga de su playera, dio un trago largo y lamió hasta la última gota-. Pues, nos dijeron que algo de una hernia.

     -Bueno -dijo papá- ¿Cuánto necesitas?

     -Cua…-Paco titubeó, luego dijo: -Cinco mil, pues verás.

     -Al rato te los doy -le dijo mi padre. Yo nada mencioné, ni siquiera me movía. Me quedé callado aunque sabía cuál era la pinche artimaña que mi tío le jugaba a mi papáe. Siempre era lo mismo: Mi tío venía y pedía dinero. Mi padre, no pudiendo decir que no a su hermanito de cuarenta años que nunca le devolvía ningún favor ni le regresaba lo prestado, aceptaba casi sin titubear.

     -Ese dinero dalo por perdido. Mi madre le decía con un gesto resignado, sabiendo que ya no podía hacer nada.

 

     A eso de las tres de la tarde, con un calor que entraba por la ventana, mi padre estaba contando el dinero que tenía guardado en un cajón. Ante los reproches de mi madre, que le decía que guardara ese dinero, pues, podía servirles para ir dándole ajustes a nuestra casita. Sin hacerle ningún caso, mi padre fue a ver a mi tío, que vivía a un lado de nosotros, y le dio el dinero sin sentirse mal por ello.

     -Sales, gracias. Hay luego te los doy.

     -Cuando puedas, sabes que eres de la familia.

 

     Antes de regresar a la casa, preguntó:

     -Y para cuando la operan.

     -Para…el… ¿qué día es? Jueves creo.

 

     Subí a mi cuarto, estaba enojado por la actitud permisiva que mi padre siempre tomaba con el gorrón de su hermano. Me acosté sobre la colcha y me quedé dormido tras unos minutos de rabieta. No sé cuánto tiempo pasó, tal vez una o dos horas. Un ruido me despertó. Era un coche, seguro era la esposa de mi tío que llegaba de su trabajo. Recuerdo que una vez, cuando yo la saludé con un “buenas tardes, señora”, ella me respondió; <<Por favor, llámame señorita>>. Recuerdo que mi madre soltó la carcajada cuando se lo conté.

     -Si ella es señorita, yo soy la virgen de Ocotlán. ¡Si está más agujerada que un colador! ¡Será pendeja, ya casada una se hace señora!

 

 

    Afuera escuché algunas risas. Mi curiosidad me hizo ir a ver a la ventana que daba al cuarto de mis tíos, y escuché lo que decían

     -¿Entonces si? –Preguntaba a mi tío -¿Sí te los dio?

     -Ya sabes cómo es él, nunca me niega nada, ¡ya tenemos para el refri que querías!

     -¡Imbéciles! –les grité.

© 2023 by Journalist. Proudly created with Wix.com

bottom of page