
Monólogo Por Gerardo Lima Molina
¿Qué es lo que querías, que me quedara callado? Supongo que eso te hubiera hecho muy feliz, ¿verdad? Pero ya no puedo, no puedo porque tus mentiras y disfraces me hacen ver como el “malo”, como el causante de que nuestra relación se fuera al demonio, al puto garete. Y no fui yo, estoy seguro. Siempre dijiste que eran mis celos, mi edad, mis ilusiones, mis gustos, mis faltas de… de absolutamente todo. Pero, aunque me duela aceptarlo, yo te amaba, te amaba como jamás podré volver a amar a nadie, y aunque tenía mis errores, no eran los grandes errores que tú querías ver. ¿Cuál era el problema? No era yo, aunque tampoco eras solamente tú, éramos los dos. Porque una pareja es de dos, ¿lo recuerdas? El amor no surge como por arte de magia, eso se debe de mantener con voluntad, compromiso, cariño, y sí, muchas ganas. Y tú nunca las tuviste, no me vengas a decir que quisiste salvar la relación, porque sólo te encerrabas en un resplandor de espejos para consolar tu egoísta corazón, mientras yo buscaba aplacar tus enojos, nuestras diferencias, voltear el rostro, dar la otra mejilla y amarte otra vez, como si no hubiera pasado nada.
Yo te amé por elección. Te sopesé. Vi todos tus errores, sin velos ni cristales de colores, te vi cual eras; me desagradaste, como todos los humanos se desagradan unos a otros, al menos en alguna etapa de su vida. Y sin embargo… te elegí de nuevo. Seguir a tu lado. ¿Por qué? Fue muy fácil. No sólo me gustabas, no sólo eran las gratas sesiones alocadas de sexo, también era tu rostro triste, tus ojos llenos de lágrimas, de sonrisas que no iban hacia mí, tus poemas que provenían de un lugar ya extinto, o muy vivo, pero localizado en otra parte. Quería comprenderte y ayudarte a entenderte, a tranquilizar los brotes acuosos, las manos sudorosas y estresadas, tu porte, tu alma rota. No lo logré. Porque nunca me di cuenta de que todas esas sonrisas, esos pensamientos, esos lloriqueos, no eran por mí, se los dirigías a otro, otro que era EL INDICADO, EL GRAN SEÑOR. ¿Qué podría tener él que no tuviera yo? Nunca supiste responderme a eso; y la verdad, así estuvo mejor, no quiero saber tus razones, que serán sólo tuyas, arbitrarias, como lo son las mías también. Sentimientos traicionados por jugarretas, no somos más que canicas que pasan por el laberinto de las esferas, circunnavegando en sus danzas y polonesas. Todo dejó de importar, y estuvo bien así, porque tú ERAS de otro, cosa absurda para mí, como si alguien nos poseyera en realidad. ¡No!, tú estabas atada porque querías, porque así te gustaba: naturaleza de esclava. El problema, ¿no te diste cuenta?, es que yo también estaba en la ecuación. Actos egoístas de una niña mimada. ¡Tan madura que te veías! ¡Tan adecuada para mí!
Y sabes, tus palabras todavía rezumban en mi cabeza, ¿será también mi culpa? Claro que sí, reconozco que no es tu problema, ¿qué te pueden importar mis sentimientos, mis propias circunstancias?, ¿alguna vez quisiste entenderme, valorarme, saber quién soy? ¡No! Yo te lo dije, “cuando me valores, búscame”, y nunca lo hiciste, ni una llamada, nada. Sufrí, es verdad, ¿por qué? Porque te amaba, te amaba como un niño inexperto, como un joven ardoroso, como un hombre enamorado del sentimiento, como un hombre que decidió amar todos tus defectos… y todas tus virtudes, que son muchas. Quererte como lo que eras, una mujer, una muy difícil, una muy alejada de mí. Una infiel. Y no te lo digo porque tenga pruebas, ¿qué mierda importa eso? Infiel a mí, a lo que alguna vez dijiste, a tu declaración de amor, porque nunca me amaste. Uno no deja de amar a alguien en tan poco tiempo. La prueba soy yo, me dejaste incompleto, todavía con mucho amor para ti… soñaba con explotar y derramar mis caricias en ti. Pero, también es cierto, el amor en exceso no es bueno.
Ni me veas con esos ojos. Tú empezaste. Ahora que estamos aquí sentados en el Cultural, los recuerdos vienen a mi memoria y no puedo evitar pensar en la forma en cómo actuaste. Por eso no te puedo conceder que la culpa fue mía. Fue de los dos, aunque yo era el único que aún quería resolver todo. Pero sabes, este sentimiento es ambiguo, me alegra y me entristece. Me alegra porque así pude sentir un verdadero dolor en mi corazón, porque me hice fuerte para no amar a nadie como a ti, porque me dejé de ilusiones estúpidas y comencé a ver todo sin espejos, sin velos bonachones. Me entristece por lo mismo, porque tú jamás podrás entender mi sentimiento, porque jamás podrías saber cuánto te amé, lo que hubiera dado por ti, lo que te quise, y que… te acepté. ¿Cuántos hombres habrá en tu vida que te acepten tal cual? Podrías presumirme de tus conquistas, pero te aseguro que son muy pocos.
Lamento todo esto, de verdad, pero ya no quiero hablar contigo del pasado, no quiero ir al Bananas, ni a comer alitas, como te había prometido, quiero largarme de aquí para no verte, para no encontrarte. Si quieres buscarme, ya sabes que trabajo en la universidad, pero preferiría que no lo hicieras. Tú fuiste mi gran amor, y porque “fuiste”, no puedo volver por esos viejos pasos, sería como traicionar mi propio drama, tan sutil y pequeño, tan pueril y equidistante, y sin embargo, tan real, tan real. Ojalá no vuelva a verte, querida. Te deseo lo mejor. Ahora sí, me despido de ti.
Y me levanté de las bancas de Chapultepec para hacer morir una parte de mí. Pero, ¿qué importa?, ¿qué sería de un profesor de dramaturgia sin un poco de melodrama?, mentiras y disfraces me hacen ver como el “malo”, como el causante de que nuestra relación se fuera al demonio, al puto garete. Y no fui yo, estoy seguro. Siempre dijiste que eran mis celos, mi edad, mis ilusiones, mis gustos, mis faltas de… de absolutamente todo. Pero, aunque me duela aceptarlo, yo te amaba, te amaba como jamás podré volver a amar a nadie, y aunque tenía mis errores, no eran los grandes errores que tú querías ver. ¿Cuál era el problema? No era yo, aunque tampoco eras solamente tú, éramos los dos. Porque una pareja es de dos, ¿lo recuerdas? El amor no surge como por arte de magia, eso se debe de mantener con voluntad, compromiso, cariño, y sí, muchas ganas. Y tú nunca las tuviste, no me vengas a decir que quisiste salvar la relación, porque sólo te encerrabas en un resplandor de espejos para consolar tu egoísta corazón, mientras yo buscaba aplacar tus enojos, nuestras diferencias, voltear el rostro, dar la otra mejilla y amarte otra vez, como si no hubiera pasado nada.
Yo te amé por elección. Te sopesé. Vi todos tus errores, sin velos ni cristales de colores, te vi cual eras; me desagradaste, como todos los humanos se desagradan unos a otros, al menos en alguna etapa de su vida. Y sin embargo… te elegí de nuevo. Seguir a tu lado. ¿Por qué? Fue muy fácil. No sólo me gustabas, no sólo eran las gratas sesiones alocadas de sexo, también era tu rostro triste, tus ojos llenos de lágrimas, de sonrisas que no iban hacia mí, tus poemas que provenían de un lugar ya extinto, o muy vivo, pero localizado en otra parte. Quería comprenderte y ayudarte a entenderte, a tranquilizar los brotes acuosos, las manos sudorosas y estresadas, tu porte, tu alma rota. No lo logré. Porque nunca me di cuenta de que todas esas sonrisas, esos pensamientos, esos lloriqueos, no eran por mí, se los dirigías a otro, otro que era EL INDICADO, EL GRAN SEÑOR. ¿Qué podría tener él que no tuviera yo? Nunca supiste responderme a eso; y la verdad, así estuvo mejor, no quiero saber tus razones, que serán sólo tuyas, arbitrarias, como lo son las mías también. Sentimientos traicionados por jugarretas, no somos más que canicas que pasan por el laberinto de las esferas, circunnavegando en sus danzas y polonesas. Todo dejó de importar, y estuvo bien así, porque tú ERAS de otro, cosa absurda para mí, como si alguien nos poseyera en realidad. ¡No!, tú estabas atada porque querías, porque así te gustaba: naturaleza de esclava. El problema, ¿no te diste cuenta?, es que yo también estaba en la ecuación. Actos egoístas de una niña mimada. ¡Tan madura que te veías! ¡Tan adecuada para mí!
Y sabes, tus palabras todavía rezumban en mi cabeza, ¿será también mi culpa? Claro que sí, reconozco que no es tu problema, ¿qué te pueden importar mis sentimientos, mis propias circunstancias?, ¿alguna vez quisiste entenderme, valorarme, saber quién soy? ¡No! Yo te lo dije, “cuando me valores, búscame”, y nunca lo hiciste, ni una llamada, nada. Sufrí, es verdad, ¿por qué? Porque te amaba, te amaba como un niño inexperto, como un joven ardoroso, como un hombre enamorado del sentimiento, como un hombre que decidió amar todos tus defectos… y todas tus virtudes, que son muchas. Quererte como lo que eras, una mujer, una muy difícil, una muy alejada de mí. Una infiel. Y no te lo digo porque tenga pruebas, ¿qué mierda importa eso? Infiel a mí, a lo que alguna vez dijiste, a tu declaración de amor, porque nunca me amaste. Uno no deja de amar a alguien en tan poco tiempo. La prueba soy yo, me dejaste incompleto, todavía con mucho amor para ti… soñaba con explotar y derramar mis caricias en ti. Pero, también es cierto, el amor en exceso no es bueno.
Ni me veas con esos ojos. Tú empezaste. Ahora que estamos aquí sentados en el Cultural, los recuerdos vienen a mi memoria y no puedo evitar pensar en la forma en cómo actuaste. Por eso no te puedo conceder que la culpa fue mía. Fue de los dos, aunque yo era el único que aún quería resolver todo. Pero sabes, este sentimiento es ambiguo, me alegra y me entristece. Me alegra porque así pude sentir un verdadero dolor en mi corazón, porque me hice fuerte para no amar a nadie como a ti, porque me dejé de ilusiones estúpidas y comencé a ver todo sin espejos, sin velos bonachones. Me entristece por lo mismo, porque tú jamás podrás entender mi sentimiento, porque jamás podrías saber cuánto te amé, lo que hubiera dado por ti, lo que te quise, y que… te acepté. ¿Cuántos hombres habrá en tu vida que te acepten tal cual? Podrías presumirme de tus conquistas, pero te aseguro que son muy pocos.
Lamento todo esto, de verdad, pero ya no quiero hablar contigo del pasado, no quiero ir al Bananas, ni a comer alitas, como te había prometido, quiero largarme de aquí para no verte, para no encontrarte. Si quieres buscarme, ya sabes que trabajo en la universidad, pero preferiría que no lo hicieras. Tú fuiste mi gran amor, y porque “fuiste”, no puedo volver por esos viejos pasos, sería como traicionar mi propio drama, tan sutil y pequeño, tan pueril y equidistante, y sin embargo, tan real, tan real. Ojalá no vuelva a verte, querida. Te deseo lo mejor. Ahora sí, me despido de ti.
Y me levanté de las bancas de Chapultepec para hacer morir una parte de mí. Pero, ¿qué importa?, ¿qué sería de un profesor de dramaturgia sin un poco de melodrama?