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Baños de san José

 

A un costado de la Autopista San Martín- Tlaxcala, en una humilde comunidad llamada El Porvenir, se encuentran los  rústicos  y “muy milagrosos” baños termales “San José”, dotados de agua azufrada y  deliciosamente caliente.

 

La primera impresión que se tiene al entrar es el de un recinto con unos cuartos techados con láminas oxidadas de aspecto abandonado. Antes, por supuesto, está su estacionamiento; cuando uno ha “aparcado”, como dicen en otros lares, sale un señor muy sonriente de su caseta para cobrar quince pesos, adultos y niños. Para entrar se traspasa una pequeña puerta, y al entrar se da uno cuenta de que una media barda divide el sitio de hombres y mujeres.

 

Adentro todo es distinto, las condiciones climáticas cambian al instante: un vapor relajante, una alberca honda por la cual se llega través de unas escaleras de piedra.  No hay luz artificial, tan sólo la que entra por los huecos de las láminas.

Debes desnudarte completamente antes de bajar.

 

Para hacer del baño un rito sagrado es necesario entrar en la cueva donde nace el agua, y en donde uno no ve nada, nada, pues se entra a tientas. Una vez hecho esto, hay que encontrar una piedra donde  sentarse, tomar tierra, untarla en donde sientas dolor, respirar hondo, no pensar en nada, no hablar y únicamente escuchar las burbujas del agua que nace; y cuando te sientas totalmente relajado, decir una pequeña oración al Popocatépetl, pues gracias a una de sus venas es que, desde hace más de setenta años, el agua llega hasta los baños termales. Agua que cura reumas, enfriamientos, malestares estomacales, y hasta la depresión más intensa.

 

El tiempo que se esté en la cueva depende del aguante de cada uno. Regularmente se sale hasta que no se pueda aguantar más, cuando se siente mareado. Entonces, salir y tomar una coca bien fría es la dicha y el alivio de la purificación. Pero esa purificación apenas comienza, pues apenas es cuando se empieza  a quitar la mugre del cuerpo con una piedra. La piel comienza a tornarse roja. Las madres debemos tallar a nuestras hijas y untarles de tierra el vientre y  las piernas para que no les duela el periodo ni el parto, y para que sean fuertes al caminar. No se permite  gritar ni hablar tan alto, pues la gente que se encuentra en la cuevita necesita el silencio para concentrarse en ellos mismos.

 

Cuando le preguntamos  a Doña Mary, una anciana originaria del pueblo y una de las tantas ejidatarias del terreno donde se ubican los baños, por qué no hay tanta gente ahora, ella responde que “el agua es un regalo y no se debe hacer negocio con ella, el dinero es un donativo pa’ lo que falte en el pueblo, si nosotros empezamos a vender tanta agua, el Popo se chiquea y jamás nos regresa esta agüita sagrada”.

 

 La mayoría de la gente que llega a los baños son personas que han venido desde pequeños: es como una tradición en el pueblo que se transmite de padres a hijos.

 

No hay un tiempo establecido. El baño debe durar lo que debe durar, y al salir hay que taparse muy bien, para que el cuerpo no resienta el cambie de temperatura; después, al llegar a casa, se debe tomar un caldito de pollo, o de preferencia de gallina. Después a descansar, sin que en l proceso se tome agua fría, no vaya a ser que le agarre el torsón, dicen. Si todo va bien, se puede llegar a dormir hasta diez horas seguidas, el cuerpo agradece, pues al otro día tiene energía; el cerebro está en blanco; las emociones se han deshecho también de la mugre, son positivas.

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