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Minificción variada            Por Francisco Javier Carrillo Lima

 

Dichoso mundo

 

Esteban acaba de cumplir dieciocho años; con su ojo tuerto mira al nuevo mundo, el dichoso mundo nuevo teñido de un marrón repugnante. Los suelos están pintados de ocre, casi color ceniza. El cielo se asemeja al vidrio roto. Debajo de él, miles de cabezas observan a Esteban. Las ramas podridas, los brazos del nuevo mundo, estrechan a Esteban mientras él camina hacia la nada de sus dieciocho años recién cumplidos. Los partidos labios de las cercenadas cabezas estampan sonrisas. Murmuran una palabra que Esteban apenas escucha:

 

-Bienvenido.

 

 

 

El ingenuo

 

Él tomó la decisión de cruzar la cascada, o mejor dicho, deseó hacerlo. La atraviesa con su ligera armadura. Observa su caballo que dejó atado al otro extremo de las aguas. Se adentra más, no hay retorno. Su vista se nubla, solamente ve agua, respira agua. Su katana se empapa, brilla como la vieja luna, llora. Escucha centenares de disparos, choques y gritos de mosquete, y un relincho. El samurái cae de rodillas, mira delante y comienza a ver una pagoda luminosa y roja. Estaba ya tan cerca. Le había prometido que al cruzar esas cascadas, volvería de nuevo a Edo, su hogar. 

 

 

 

Recordar el aroma.

 

Rosa recoge unos girasoles del patio trasero. Qué triste,. el único país que queda en el mundo ya no tiene ningún aroma ni color. El ambiente está cargado de un gris apagado. Qué triste, Rosa deja los girasoles en el buró y se acuesta conmigo. Nos amamos, nos olemos, nos besamos. Ahora ella es la única que despide aún el aroma de su cuerpo. Solamente ella y nadie más. Me mira, me sonríe, me toca y después llora mientras me dice que quisiera recordar cómo olían los girasoles.

 

 

Recordar el aroma.

            Rosa recoge unos girasoles del patio trasero. Qué triste,. el único país que queda en el mundo ya no tiene ningún aroma ni color. El ambiente está cargado de un gris apagado. Qué triste, Rosa deja los girasoles en el buró y se acuesta conmigo. Nos amamos, nos olemos, nos besamos. Ahora ella es la única que despide aún el aroma de su cuerpo. Solamente ella y nadie más. Me mira, me sonríe, me toca y después llora mientras me dice que quisiera recordar cómo olían los girasoles.

 

 

 

 

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