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La ciudad que el diablo se llevó - David Toscana

Por Gerardo Lima​

 

Aclaro, yo no conozco la obra de Toscana, y aunque de oídas conocía lo que había escrito, no cobró notoriedad para mi ansia de conocimiento literario hasta que leí un ensayo sobre su obra en el excelente compendio de Tierra Adentro “Tierras de nadie”. Los dos ensayistas que se encargaron de dos libros de Toscana, sinceramente, me deslumbraron. Me dieron tantas ganas de leer a Toscana, que me la pasé pensando varias semanas cuál sería la mejor forma de aproximarme a él. Y bueno, no sé si mi elección fue la mejor para abordar, tocar, a Toscana, y sin doblesentidos homoeróticos, me gustó hacerlo. No prometo hacer una serie de cada una de sus obras, pero trataré, en la medida de mis posibilidades, de explorar su prosa.

 

Bien, La ciudad que el diablo se llevó es una novela fantástica, y con esto no me refiero al género fantástico sino a su calidad narrativa y estructural. De verdad, no exagero: es un encanto. Leía en una entrevista a Toscana que lo que buscaba él con este libro era una celebración de la vida. Creo que puede congratularse de su objetivo, porque lo cumplió en definitiva. La novela está situada en Polonia, ¿qué país es más triste que Polonia?, la acción acontece poco después de haber terminado la segunda guerra mundial: la huída de los nazis, la llegada de los comunistas (siempre tan tolerantes); hay ruinas y muertos por todas partes. Y así, con todo ello, el escritor bendito logra hacer suya la prosa y convertir el más oscuro de los recovecos de la condición humana en una brillante esperanza, esperanza que no sólo sirve dentro del mundo que Toscana creó, sino que avanza hasta traspasar los lindes de la literatura, sea mexicana o no.

 

Cuando terminé de leer esta novela una voz dentro de mí gritó con júbilo “¡Sí!, ¡Sí! Increíble”. Y no es para menos, me emociona encontrar una narración que se escape de los tópicos manidos de la literatura mexicana, que no se recree en el habla regional de cierto estado, llámese Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Nuevo León, etc., que no sea una novela inocua y simple como las que a veces salen de entre las filas de los “grandes” creadores del país, que aspira a ser parte de la literatura, esa que no lleva adjetivos. La prosa que destila (qué palabra tan buena para Toscana) el autor está a la altura de la que se hace en todo el mundo. Aquí hay fantasía, toques de realismo mágico, un poco de terror, más humano que sobrenatural, tristeza a la rumana (entiéndase por Ciorán), y metáforas que evocan, a través de Polonia, el México más demolido por la violencia y la pobreza. La novela presume ideass sinceras y frases bien hechas, además de una estructura que, si bien no es tan novedosa, al menos es refrescante.

 

Me da gusto decir que la escritura de Toscana es ágil, que el libro se puede leer en pocos días y que, a la vez, esa agilidad no demerita la calidad del texto: no hay nada superficial, comercial ni simple dentro de la historia, no se cae en la vacuidad que algunos autores han impreso a sus novelas para hacerlas atractivas a todo el mundo. ¿Defectos?, sí, alguno tendrá, por ejemplo en los personajes. No es muy relevante el defecto, pero ahí está: a veces el lector llega a confundir la voz de un personaje con otro. Pero, inmediatamente después, uno se pregunta si no será esta la intención del autor. Los cuatro amigos que vagan por la capital polaca se escurren por sus calles, cementerios, pocilgas, edificios viejos y cárceles. Son más que cuatro personajes distinguibles, son una voz colectiva que anuncia el sentir de un autor mexicano, que anuncia el sentir no olvidado de una ciudad en ruinas, que anuncia lo que es el placer de vivir a pesar de todas las maldiciones, afectaciones y desgracias que puedan suceder en el mundo.

¿Ya me adelanté? ¿Ya pasé a los defectos sin contar de lo que va la novela? Tal vez, aunque eso es relativo. Yo recomendaría que el lector que agarre esta novela se adentre en ella sabiendo muy poco. Sabiendo que es en Polonia, que hay cuatro seres que por el destino y la cobardía, terminan juntos en una ciudad destruida, que el alcohol es uno de los grandes protagonistas de La ciudad que el diablo se llevó, y que esa ciudad polaca podría ser cualquiera. ¿Una ciudad mexicana asediada por el narcotráfico? Sí. ¿Un Bagdad desolado y perdido en la miseria? Sí. Un Tokio destruido por los bombardeos masivos de los estadounidenses en 1945? Sí. ¿Una capital africana después de una guerra civil? Sí, sí y sí. No importa realmente la geografía, la ciudad, la capital que se escoja, cualquiera puede convertir esta Polonia toscaniana en un arquetipo del escenario trágico, de la belleza perdida, de la inocencia olvidada. Depende de cada quién el tener una visión distinta ante el fracaso y la destrucción, una sonrisa borracha que diga “sí, todo es una mierda pero me siento feliz, puedo ser feliz”. Y créanme, esto no tiene nada que ver con una enseñanza a la Paulo Coelho. Tampoco es un relato didáctico ni facilón. Toscana arremete hasta lo más profundo y ahí se queda.

 

A echarle el ojo a la obra del autor regiomontano. Por lo que pude atisbar aquí, su propuesta es bastante interesante. Puedo asegurar que muy pocos se sentirán decepcionados de acompañar a los cuatro borrachines de La ciudad que el diablo se llevó.

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