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Una prueba para la muerte       Por Érick Giovanni Xicohténcatl Cruz

Habían dado las doce de la noche, una hora abrumadora y terrorífica, en la que las cosas malignas suelen salir de la oscuridad para cometer actos crueles e infames en la Tierra. La muerte oculta en su escondite, una cueva húmeda y sin luz, se decidió a salir aquella noche cuando la luna desapareció. La sombra tenía planeado robar las almas de inocentes que tanto necesitaba, ya que, según ella, hoy en día era difícil hacer que las personas se murieran. No le gustaba salir en el día porque la luz del sol le chamuscaba los huesos, y ya estaba harta de lidiar con personas que se portaban groseras con ella, que la ignoraban o que le daban malas direcciones cuando preguntaba por alguien. 


Así que, harta, se dijo: Qué más da, mejor me robo sus almas, total, al mexicano no le da miedo morir; siempre dice que es mejor llegar tarde pero sin sueño.


La muerte ensilló su caballo y se dirigió hacia donde la llevara cualquier respiro de vida que escuchara. Cabalgó y cabalgó. Cuando, de repente, se detuvo, pues de lejos pudo observar a un pobre hombre que dormía bajo una ramada de hojas de palmera, envuelto en una vieja frazada con el rifle en el hombro. Pensó alegremente, algo es algo. Llegó enseguida, pero justo antes de acercarse al hombre no se percato de que había un perro junto a él (un perro negro como el ébano y grande como un lobo), a quien no le gustó nada que aquella figura se fuera acercando a su amo, se levantó y fue al encuentro de la muerte a quien habló.


-¡Hermosa noche, qué desea buen caballero, en qué puedo servirle!-


Y trató de ser lo más gentil que pudo, ya que el perro creía que por la gentileza de las palabras las personas se lograban entender mejor. Él sabia quién era aquella figura que no mostraba su rostro, aun así, siguió preguntando hasta que la muerte le contestó, con una voz fría, ronca y que olía a hierbas calcinadas.


-Yo soy un recaudador de impuestos de la ciudad, estoy aquí porque el señor aquí presente y que duerme tranquilamente no ha pagado sus impuestos y mi jefe lo quiere ver personalmente. Así que se lo llevaré para que llegue a buenos términos con él.


-Yo no me chupo el dedo- respondió el perro


-¿Qué dices?- aclaró la muerte.


-Que yo no soy ningún sonso, sé quién eres y a qué has venido. Lo que no entiendo es que vengas por esta pobre alma enferma, cansada pero bondadosa, en vez de ir por allá donde abundan las almas jóvenes e impuras que bien merecen morir; además –agregó el perro- mi amo es alguien trabajador y aún no merece la penitencia que tienes planeado imponerle. ¿Qué no sabes qué hace aquí durmiendo en medio de este campo solitario y lúgubre?


-Cuéntame- dijo la muerte, curiosa.


-Mi amo- respondió el perro-, ha sido victima de robos y ultrajes que se han cometido en sus tierras por rufianes que se han llevado la mayoría de su cosecha y han dejado sin ganado sus pastizales. Vino justo esta noche para descubrir al ladrón y darle un susto, pero tal ladrón nunca apareció y el sueño lo venció.
 

A la muerte le pareció una historia entretenida, hasta se conmovió, y hubiera llorado si tan solo tuviera lágrimas en aquellos agujeros obscuros y penetrantes que hasta ese momento lograban verse con los primeros rayos de luz de la luna, pero su decisión seguía siendo la misma: llevarse el alma del anciano y no volver a la tierra de día, que era lo que más odiaba hacer.


Lo meditó y dijo al perro: -¡Me lo llevaré, a como de lugar... no tengo opción!


El perro esperaba esa respuesta, no le sorprendió oírla, el relato que le contó a la muerte era para ganar tiempo y requería de un poco más.


-Si esa es tu decisión... te entregare a mi amo, sólo si pasas una pequeña prueba que consiste en algo sencillo para ti.

 

La muerte, que disfrutaba de los juegos, ya que no los jugaba desde hacía mucho tiempo con nadie, aceptó gustosamente.


-Y en qué consiste esa peculiar prueba.


-Algo sencillo, solo tienes que contarme todos los pelos de mi cuerpo si logras llevarlo a cabo, te entregaré a mi amo sin reproches.

 

La muerte accedió pensando que aquello sería algo sencillo de realizar, y empezó a contar pelo tras pelo, uno por uno, desde la cabeza hasta la cabeza. Acabaría pronto y el anciano seria suyo. Pero, cuando estaba por terminar, el perro se sacudió y la muerte la cuenta perdió. Enfadado, dijo:


-¿Por qué demonios te moviste?, ¡estaba a punto de terminar!


El perro en tono de broma respondió –tenía pulgas y me sacudí para que se cayeran. La muerte, de mala gana, se puso a contar nuevamente. Y cuando ya estaba a punto de terminar por segunda vez, el perro se sacudió, agregando que las pulgas seguían en su cuerpo.


-Yo ya no voy a seguir contando, nada más te la pasas moviéndote como si tuvieras diarrea.


-Es la última vez.


-Mas vale, aunque te muevas... me lo llevo.


Empezó La muerte a contar por tercera y ultima vez. Cuando estaba por terminar, el perro se preocupó bastante, por que esta vez si la muerte terminaba su amo tendría que ir con ella. Pero, en ese momento, pasó algo que el perro esperaba que sucediera. En el mismo instante que la muerte terminó su cuenta, los gallos comenzaron a cantar. La muerte, que detestaba eso, se dio a la fuga. Montando en su caballo desapareció entre la neblina y la oscuridad.


El perro sonrió y dijo: estuvo cerca.  

 

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